La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad autoinmunitaria, es decir, se produce por una respuesta del organismo ante las propias células nerviosas del cuerpo.
No se trata de la única enfermedad autoinmunitaria que existe. Hay otras muchas que también lo son, como el lupus eritematoso, la artritis reumatoide o, incluso, la diabetes. Sin embargo, pese a que tienen un cierto origen común, los tratamientos son diferentes para todas ellas.
Dada la importancia que tienen estas enfermedades para la sociedad, se han dedicado muchos recursos y esfuerzos a la investigación de este tipo de trastornos, que ha tenido como resultado que se estén desarrollando constantemente nuevos tratamientos.
En el caso de la esclerosis múltiple, conviene distinguir dos momentos de la enfermedad, avalados por organismos nacionales como la Sociedad Española de Neurología (1), e internacionales, como el National Institute of Neurological Disorders and Stroke (2), ya que presentan tratamientos distintos.
Por un lado, en el brote de la enfermedad el tratamiento va orientado a disminuir los síntomas y la duración del brote.
Por otro lado, una vez establecido el diagnóstico de esclerosis múltiple, es necesario realizar un tratamiento continuado con los llamados fármacos modificadores de la enfermedad, que tienen como función prevenir la aparición de nuevos brotes y la progresión de la enfermedad. Estos medicamentos son más eficaces cuanto antes se empieza su administración. Es decir, diagnosticar la enfermedad en etapas precoces y comenzar inmediatamente la administración del tratamiento, mejora su eficacia.
Existen muchos fármacos para modificar el curso de la enfermedad, cada vez más. Hay muchas opciones terapéuticas: es un mito que las opciones terapéuticas son limitadas. La oferta es muy amplia y está en constante crecimiento, lo que da buenas esperanzas sobre el futuro del tratamiento de la esclerosis múltiple.
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